En el 2016 fuimos testigos de un evento
histórico: la firma de
la anhelada paz, de la paz que ha de germinar de los suelos del país, del
interior de todos los colombianos.
La perspectiva que debe imprimirse
dentro de este proceso no puede ser improvisada, sino aquella que sea coherente
con la construcción de un nuevo país, en el que cada colombiano sea reconocido
en pie de igualdad, y que se le brinde las mismas posibilidades, garantías y
mecanismos para hacer realidad sus sueños y esperanzas.
Sin duda toca poner en orden la casa,
debemos poner en orden la realidad de compartir un territorio, pero en el que
no nos implicamos, no nos reconocemos mutuamente dignos, ni trabajamos por un
propósito común. Una nueva dinámica que abone el terreno para el logro de un
país con una ciudadanía consciente de compartir una misma historia, y que
debemos trabajar mancomunadamente para hacer posible la convivencia, a través
del respeto por el derecho ajeno, el ejercicio de la tolerancia y de la
afirmación de nuestras diferencias.
Poner en ejercicio el marco de las
capacidades y la política de la afirmación de la diferencia, brindaría una
forma sensata de darle un norte a la idea de nación, que a la vista resulta
líquida, desoladora, sin prometer una idea de esperanza a la ciudadanía. Por
ello, resulta crucial el actual momento histórico, porque más allá de la firma
de la paz, es el momento de dejar a un lado nuestras diferencias, nuestra
individualidad egoísta, y ponernos en sintonía con la necesidad de la apertura
al diálogo, al encuentro y a las conversaciones que promuevan la superación de
los bordes que han impedido que Colombia se desenvuelva dentro de un ambiente
de cordialidad y libertad.
Debemos ser conscientes que para lograr
el país que anhelamos, resulta necesario mirar en perspectiva, y que si los
errores institucionales, gubernamentales han causado hondas fisuras, nos
corresponde extender los brazos, apretar las manos y no dejar que el puente de
la paz cordial se debilite y volvamos a caer al abismo del desprecio y de la
incomprensión.
El sueño de la paz no puede ser tomado
con desdén, en este momento histórico no resulta sensato afirmar que no nos
compete. Esta indiferencia es combustible para el conflicto, para que algunos
continúen justificando la guerra por encima de la anhelada paz.
La construcción de la paz inicia con el
respeto y garantía de los derechos humanos, reconociendo la importancia de la vida humana y el valor de cada experiencia del individuo, con la apertura a las posibilidades
para que cada ciudadano en Colombia tenga acceso a la calidad de vida, como
aspecto focal del enfoque de las capacidades relativo a la igualdad de
oportunidades donde cada persona pueda hacerse cargo de su vida, de sus emociones,
de su propia historia. Para que la paz sea una meta alcanzable resulta
imperioso promover la justicia en aquellas poblaciones que han estado
marginadas, oprimidas, deshumanizadas y apartadas de las oportunidades que hacen posible el igual
desarrollo de sus capacidades, la vida en sociedad y lograr una vida próspera
y feliz.
Si dentro de un escenario de
posconflicto no se trabaja por consolidar la paz desde esta perspectiva, se habría desperdiciado un trabajo muy significativo para avanzar
hacia otro escenario. Ese escenario al que aspiramos los colombianos, un escenario
de desarrollo, de respeto a los derechos, de transformaciones, de oportunidades, de equidad y de justicia social.
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