EL DERECHO A MI PUEBLO






EL DERECHO A MI PUEBLO



Ricardo Arrieta C.
Mayo 20 de 2009.






A mi papá, Fernando Raúl Arrieta Charry. Con admiración, respeto y cariño al jurista y señor del campo.


Mucho se escucha hablar sobre el concepto del derecho a la ciudad, pero muy poco o quizá nada sobre el derecho a mi pueblo, ese lugar en el que nacieron nuestros abuelos, nuestros padres y al que le profesan el más grande cariño.

Realmente no sé si antes alguien haya “acuñado” esta denominación “el derecho a mi pueblo”, se que para algunos resulta difícil concebir esta idea. En ella va envuelta un mundo de cosas, de sentimientos, de recuerdos, de momentos vividos, a los que se aferra para toda la vida y se les lleva para todas partes. El recuerdo de las fiestas, de los amigos, de las travesuras de niño, de los dulces de “la niña Conce”, la fiesta de la patrona, la feria, los apagones, el médico del pueblo, el puerto, la chalupa o el Johnson, la iglesia, la escuela mixta, el sonar de las campanas de la iglesia, el canto del gallo por la madrugada, el mercado, la tienda, las casas de palma, en fin, todo un conjunto de cosas que vienen a mi mente y que hacen parte de la identidad “pueblerina”.

Colombia, nuestros Departamentos sí que comparten este elemento común, el derecho a mi pueblo cohesiona, atrae, ennoblece y engrandece al espíritu.

Pero cómo una persona citadina como yo desarrolla y concibe esta idea. Se lo debo a mi padre, quien durante toda su vida y no obstante sus grandes responsabilidades y ocupaciones como funcionario público y ahora apartado de esas lides, siempre le ha profesado un inusitado, extraordinario y asombroso cariño a su pueblo y a su gente. Si me descuido esto poco a poco va tomando otro matiz, esta no es la idea.

Desde mi niñez aprendí de mis padres el valor a la familia, a los amigos y sí, el valor a esta idea que ha venido a mi mente y que no quiero perderla, o que se quede en el cajón del escritorio. No quiero que ello ocurra, todo lo contrario, es mejor dejar el testimonio que soltarlo a la inútil y pendenciera timidez que limita y nos hace perder de las cosas que realmente valen.

El derecho a mi pueblo envuelve todas las manifestaciones que le dan identidad, es una aspiración y a la vez una pretensión o reclamo por regresar a él, porque sus gentes sean como antes, donde las tradiciones, las costumbres y valores ocupaban un lugar importante de reconocimiento. Todo tenía un agradable olor, un rico sabor, todo era noble y cálido y aún en la edad más madura de las vidas de sus gentes, mantienen la firme representación de su terruño, el deseo por volver a él, y viven con la ilusión por un mejor futuro y buen porvenir de sus habitantes, de sus paisanos.

Paulatinamente la identidad se ha ido perdiendo, poco a poco las costumbres y las tradiciones se han ido relegando y reemplazando por lo que se va implantando o trasplantando de otros lugares, de lo foráneo. La debilidad del sistema en su afán de asimilar otras formas, así como el producto de su misma incompetencia e indiferencia, ha desperdiciado y despilfarrado las posibilidades que le brinda su propia estructura para emprender todas las políticas y estrategias para que estos terruños y sus gentes progresen y no pierdan la identidad que se ve cada día más debilitada.

El concepto del derecho a mi pueblo nos hace partícipes y autores del cambio, promotores de la restauración de la identidad perdida, porque nuestras mores y costumbres ocupen nuevamente su lugar, para que el progreso llegue sin devastar, pero que llegue, la mejor forma, no es un secreto, es desde el pueblo mismo y a través de las vías de comunicación honestamente construidas. Un territorio sin comunicación es un espacio condenado al olvido y al atraso.

Nuestros pueblos merecen que les demos la mirada, que volvamos a ellos, que desarrollemos en nuestras mentes y en nuestras almas ese sentido de pertenencia que ya no tenemos o que nunca hemos tenido. Aplaquemos nuestros apetitos y convirtámoslos en un sueño común que se torne en un empoderamiento y apropación de la idea por un derecho a nuestro pueblo, sueño que se cimentará en una educación fundamentada que comience desde casa, en una educación cívica, en una purificación de nuestras almas, en una verdadera justicia social, en un cambio de las viejas y amorfas costumbres políticas.

Nuestros pueblos son sinónimo de paz y de esperanza, cuna de grandes hombres y de grandes mujeres, que desde cada una de sus actividades engrandecen el nombre de sus familias, de sus terruños y de Colombia entera. Por encima de la desigualdad, la corrupción política y de la indiferencia de algunos de nuestros gobernantes, existe este elemento que se presenta como una gran fuerza espiritual y que se proyecta como camino al que nos lanzamos como instrumento de cohesión, de progreso, reivindicación y de paz.

Quiero volver a mi pueblo, tengo el derecho a mi pueblo…

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