Colombia, un país de contrastes,
riqueza, pobreza, oportunidades, ausencias, alegría y tristeza, emprendimiento
y… clientelismo, y mil caras más, se halla en una situación fronteriza, que
demanda afrontarla con inteligencia y esperanza.
El logro de la paz debe implicar un
cambio de narrativa. En el camino hacia la consolidación de la paz debemos
hacer esfuerzos para que alcanzar este sueño signifique un cambio de narrativa
en Colombia.
Hemos vivido tanto tiempo en medio de
la guerra, que toda la dinámica del país se desarrolla en entre un sin número
tensiones, del poder del más fuerte, la corrupción, en una ausencia de progreso
y de otros factores que nos impiden vivir y experimentar completamente la
ciudadanía. El conflicto, por su parte, consecuencia del desequilibrio
institucional y de la falta de garantías para la promoción de la dignidad de la
ciudadanía, insertó una narrativa de la guerra, la cual debe ser superada por
espacios que faciliten la reconciliación.
De la narrativa del Estado Colombiano y
su dinámica institucional, de la narrativa de la guerrilla y del
paramilitarismo, de la narrativa de la politiquería, debemos dar el salto hacia
la reconciliación, hacia la vida en sociedad, hacia la centralidad de la vida
humana, la dinámica de las oportunidades, hacia el compromiso por el progreso, y,
conforme a la propuesta de Alexander Goerlach, hacia la construcción de una
narrativa de la paz y de la inclusividad[i].
Un cambio de narrativa empieza desde la
educación como instrumento para la promoción de una nueva ciudadanía, en la
promoción de la justicia y de espacios de encuentro para la reconciliación. En
la educación de las emociones, en humanizar la imagen del enemigo como forma de
avanzar hacia el perdón, hacia la reconciliación, la imaginación moral y hacia
el reconocimiento de nuestra común humanidad[ii].
Uri Avnery piensa que la reconciliación es imposible si cualquiera de las
partes es totalmente ajena a la narración del otro, su historia, creencias,
percepciones, mitos[iii].
Este cambio de narrativa implica abrir
nuestras mentes, una narrativa que supere el escenario de horror, de desprecio
y desesperanza, hacia espacios de reconocimiento, en la que se conciba la paz
tal como la entiende John Gittings, como un elemento esencial para la
civilización[iv].
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